Ibn al-JatibEl personaje

Abu ‘Abd Allah Mwhammad ibn Sa’id ibn al-Jatib Lisan ad-Din as-Salmani nacido en Loja (Granada) en el año 1313 de la era cristiana, es -con mucho- el autor más biografiado por la historiografía moderna y contemporanea. Originario de una familia de ascendencia cordobesa, recibió su primera educación de la mano y el conocimiento de su padre -y de otros eruditos de la época-, haciendo el tradicional aprendizaje primario, compuesto de la enseñanza de las ciencias del Islam, gramática, poesía y ciencias naturales.

Ya en Granada, ciudad a la que se trasladaron sus padres, Ibn al-Jatib (el hijo del predicador) hizo sus estudios bajo la dirección de sus más importantes educadores, cultivando las ciencias filosóficas y adquiriendo importantes conocimientos en medicina. Gran aficionado a las letras, nuestro personaje desarrollaría una excelente habilidad literaria, evidenciando grandes dotes como poeta y epistológrafo.

A pesar de su temprana relación con la corte nasrí, no es posible afirmar que que nuestro personaje hubiese entrado oficialmente en ella hasta que ocupara el trono Yusuf I. A la muerte de su padre en 1340, Ibn al-Jatib, ocuparía el cargo de secretario en el departamento de correspondencia (diwán al-inshá).

El ascenso de Ibn al-Yayyab (principal mentor de Ibn al-Jatib) hasta el visirato propiciaría el paralelo ascenso de nuestro personaje; y más aún, la muerte de aquel, acaecida en 1349, permitiría que recibiera de Yusuf I el importante cargo de Jefe de la Secretaría real, dignidad a la que unió la de ministro y el mando militar, entre otras varias responsabilidades. Así pues, Ibn al-Jatib, con poderes y confianza sin límites, y gracias a su extraordinaria capacidad de trabajo intelectual y político, y a su cada vez más sólida situación económica, acrecentaría sin freno su prestigio personal.

Con la proclamación del nuevo monarca Muhammad V, Ibn al Jatib viviría un tiempo en compás de espera como lugarteniente del liberto Ridwan, autentico hombre fuerte de la corte en aquel momento. Entonces tendría tiempo para demostrar sus grandes cualidades para la diplomacia, trasladándose a la corte merinida de Abu Inan, para solicitar el apoyo de este príncipe contra las armas extranjeras de los castellano-leoneses. Ibn al-Jatíb se presentó en dicha audiencia regia, adelantándose a los visires y jurisconsultos que formaban parte de la embajada, y dirigiéndose al propio Abu Inan solicitaría permiso para recitar, de forma literaria, su misión, antes de entrar a parlamentar. El príncipe accedió a ello, y el embajador, puesto en pie, comenzó de esta forma:

 ¡Califa de Dios! ojalá el destino aumente tu gloria todo el tiempo que brille la luna en la oscuridad!
Ojalá la mano de la Providencia aleje de ti los peligros que no podrían ser rechazados por la fuerza de los hombres.
En nuestras aflicciones tu aspecto es para nosotros la luna que disipa las tinieblas, y, en las épocas de escasez, tu mano reemplaza a la lluvia y esparce la abundancia.
Sin tu auxilio, el pueblo andaluz no habría conservado ni habitación ni territorio.
En una palabra, este país no siente sino una necesidad: la protección de tu majestad.
Aquellas que han experimentado tus favores, jamás han sido ingratos; nunca han desconocido tus beneficios.
Ahora, cuando temen por su existencia, me han enviado a ti y esperan.

 

El sultán meriní encontró muy hermosas estas palabras. A continuación colmaría de mercedes e infinidad de regalos a los miembros de la embajada y, antes de despedirlos, les concedió cuanto solicitaron.

Merced a estas habilidades no tardó Ibn al-Jatib en ganar el título político de doble visir (Dzú al-wizdratayn), que tradicionalmente se concedía a los visires con poderes ejecutivos. Su influencia en la corte y su riqueza provocarían la envidia de los cortesanos, hasta que uno de sus discípulos, el poeta Ibn Zamrak, de la escuela maliquí, conspirara contra él, acusándole de deslealtad al Islam, debido a los postulados sufistas que profesaba.

Fue exiliado a Fez, en donde disfrutaría de un tiempo de vida especialmente agradable bajo la protección del rey merinida, coincidiendo en el tiempo con el destronado Muhammad V. Durante este periodo Ibn al-Jatib también residiría en la ciudad de Sale, hasta el año 1362, en que Muhammad V recuperara nuevamente el trono de Granada, reclamando su regreso para reponerlo en el puesto que había ocupado hasta el exilio.

Ibn al-Jatib había quedado marcado por la desconfianza, a pesar de recobrar altas dignidades y poderes; tantos y tan grandes, que los familiares del príncipe y otros cortesanos comenzaron a levantar contra él todo género de intrigas y calumnias, fundamentalmente referidas a su concepción materialista de la vida. Ibn al-Jatib, advertido de las conspiraciones que se urdían contra él, llegaría a concebir la idea de abandonar la corte andalusí en busca de seguridad, y bajo la excusa de encabezar una misión para inspeccionar las fortalezas que cubrían la parte occidental del reino andaluz de Granada, huye camino de Tremecén en el 1371/2, buscando la protección del sultán Abd al-‘Aziz.

En el año 1372, muerto Abd al-‘Aziz, los meriníes dejarían la ciudad de Tremecén, regresando al Magreb, cosa que también haría Ibn al-Jatib, que se estableció en Fez, rodeándose de numerosas propiedades, tierras y excelentes casas con hermosos jardines… Pero todos los enemigos no habían se quedado en Granada; el ministro Sulayman ben Dawud guardaba también sus cuentas pendientes, e Ibn al-Jatib fue arrestado. Acusado de heterodoxia por los dignatarios granadinos –sus antiguos alumnos y amigos- fue sometido a tortura y encarcelado.

Por órdenes secretas del ministro Abd al-‘Aziz, y aprovechando la noche, una gavilla de gente asalariada, a la cual se unieron los enviados andaluces, forzaron las puertas de la prisión y estrangularon a Ibn al-Jatfb. Al día siguiente se le enterró en el cementerio de la Puerta de Mahruk, y un día más tarde su cadaver aparecería exhumado y quemado al borde de la fosa.

Durante los días de su prisión, el desventurado lbn al-Jatib se preparaba para bien morir: aún tuvo el valor suficiente para coordinar sus ideas y componer muchas elegías sobre el triste fin que le esperaba. En una de estas composiciones se expresa así:

¡Aunque estemos cerca de la parada terrestre, nos hallamos ahora alejados de ella! Habiendo llegado al lugar de la cita, guardamos silencio para siempre.
Nuestros suspiros se han detenido repentinamente, bien así como se detiene la recitación de la oración cuando se ha pronunciado el Konut.
Aunque éramos antes poderosos, ya no somos más que osamentas; en otro tiempo dábamos festines, hoy somos el festín de los gusanos.
Éramos el sol de la gloria; pero ahora este sol ha desaparecido, y todo el horizonte se conduele de nosotros.
iCuántas veces la lanza ha derribado al que lleva la espada! iCuántas veces la desgracia ha abatido al hombre feliz!
iCuántas veces se ha enterrado en un miserable harapo al hombre cuyas vestiduras llenaban numerosos cofres!
Di a mis amigos: ¡ibn al-Jatib ha partido! ¡Ya no existe! ¿ y quién es el que no ha de morir?
Di a los que se regocijan de ellos: ¡Alegraos si sois inmortales!

Tan trágico fin tuvo Ibn al-Jatib, cuya privilegiada naturaleza y su incansable actividad se entreveró de forma solicitada por dos fuerzas distintas que tiraban de él a la par: los ideales políticos, con sus luchas despiadadas, y los dulces goces en el cultivo de las letras.

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Las producciones históricas de Ibn al-Jatib, así como sus ensayos filosóficos, poesías y demás obras literarias son numerosas. Entre todas ellas sobresale por su importancia la titulada El círculo (la Ihata), que versa sobre la historia de Granada. La obra fue escrita en el año 1369, de la cual Gallagos tiene un códice que debió escribirse en el año 1489.

También se conserva un compendio de la Ihata, realizado en el año 1319 por el egipcio Mwhammad Badr al-Din Bistaki, muerto en el año 1429, y que la escribió con el título Markaz al-ihata bi-udaba Garnata (El centro del círculo acerca de los literatos de Granada). Es una obra en ocho volúmenes, de la que existen redacciones muy breves -quizás realizadas por el mismo autor-. Se presenta como un diccionario de biografías de personajes de Granada, o que simplemente pasaron por dicha ciudad. Dispuesta siguiendo el orden alfabético de los nombres, y dentro de cada nombre aparecen los personajes citados por categorías sociales: primero, los reyes y emires; a continuación, los magnates; y finalmente, aquellas personas que descollaron en algún campo determinado: cadíes, jurisconsultos, tradicionistas, poetas, etcétera. Todo ello está compuesto con un estilo muy florido y ampuloso, propio del carácter y profesión que ostentaba Ibn al-Jatib, alabando sobremanera a su patria andaluza.

Otra de sus obras sería El libro del complemento que, como señala su título, sirve de complemento a la obra anterior, y que se encuentra en la biblioteca de El Escorial, con el número 1.674.

Otro de sus escritos sería el conocido por Las vestiduras bordadas, que se trata de una obra que compila la historia de los califas de Oriente y otras noticias de la historia de Al-Andalus y de África. Existen dos ejemplares de esta misma obra en El Escorial con los números 1.771 y 1.772 (v. Casiri, tomo II, p. 177) .

Esplendor del plenilunio, trabajo histórico de Ibn al-Jatib que trata de la dinastía nasrí (nazerita o nasrita), texto que también se encuentra en la biblioteca de El Escorial, con el número 1.771 bis. La obra está dividida en cinco partes: la primera contiene una descripción de la capital del reino granadino; la segunda trata de su provincia y principales comarcas; versa la tercera sobre los gobernadores v príncipes que la rigieron; en la cuarta expone las cualidades y costumbres de sus habitantes; y la quinta estudia la sucesión de los reyes nasríes y cuanto en ellos encuentra digno de mención.

Yerba olorosa de los cátibes o secretarios y apacentamiento de las cosas que acontecieron, que se encuentra en El Escoríal, con el número 304 bis. Estos escritos fueron realizados precisamente para ayudar a los funcionarios y, en especial a los secretarios (cátibes), formando esta obra, que constituye un manual epistolar, un conjunto de modelo de cartas del que pueden valerse los secretarios a la hora de redactar escritos oficiales. En realidad, lo que hizo Ibn al-Jatib no fue sino reunir un conjunto de cartas que él mismo había escrito por el año 1368, y distribuirlas con cierto orden y clasificación en diez capítulos: primero, modelo de cartas con elogios o exordios debidos; segundo, epístolas amistosas a recién casados o a príncipes; tres, cartas para celebrar victorias, o bien el feliz regreso de algún amo o señor; cuarto, peticiones de auxilio contra enemigos; cinco y seis, para agradecer obsequios y fortalecer la amistad; siete, ocho y nueve, que se refieren a cartas de consuelo, de súplica y de acción de gracia por favores recibidos; y, finalmente, el diez, que contiene modelos de epístolas para conseguir que las amistades sean más estables y duraderas. Todas las cartas gozan de un estilo ampuloso y rítmico y muchas de ellas figuran en la segunda parte de las Analectas de Al-Makkari.

Evacuación de la alforja sobre lo agradable del viaje o emigración a país extranjero, en cuatro tomos, refiriéndose a numerosas ciudades de las que da noticias, mencionando igualmente a sus sabios, bibliófilos y bibliotecas. Esta obra se encuentra en El Escorial con el número 1.150.

Viaje a África y su regreso a Andalucía. Es una disertación histórica en la que el autor refiere las peripecias de sus viajes y las felicitaciones que recibió por esta empresa. De igual forma señala la magnificencia de las ciudades andaluzas en relación con lo conocido en África, así como del carácter extraordinario de las instituciones nacionales andaluzas y de lo visto en el Magreb.

Excelencias de Málaga y Salé. Con este parangón Ibn al-Jatib quiere demostrar las excelencias de Al-Andalus, incluso desde el siglo XIV, marcado ya por la decadencia y por una persistente dominación de los reinos extranjeros peninsulares, y de las corrientes ideológicas e invasoras africanas. Igualmente, señala la enemistad pertinaz que en aquel período existía entre los andaluces y los beréberes, mostrando nuestro autor un auténtico sentimiento antibereber. Ello es explicable debido al carácter contra-reformador que dominaba en Berbería, a la actitud estrecha y dogmática de sus escuelas islámicas, y al gusto por los proyectos imperiales que marcan este período. Ibn al-Jatib aparece en esta obra marcado por un fuerte nacionalismo andaluz, juzgando de una forma crítica tanto a los líderes musulmanes africanos como a los cristianos peninsulares.